La ventana de mi casa  se ha convertido en un  acotado observatorio  del mundo exterior. A la mañana da el sol y la  geometría irregular y enmohecida de las viejas casas iluminadas naturalmente, es la misma que al atardecer se vuelve sombría y  se cierra en la oscuridad, anunciándome que pasó un día más  de aislamiento.

La pandemia que atravesamos y nos atraviesa, llegó de  forma abrupta e  inesperada. Como toda situación límite que aparece y nos encuentra desprovistos de los recursos necesarios para enfrentarla, provoca asombro en el primer momento porque no tenemos el suficiente conocimiento y la información que recibimos  puede llegar a abrumarnos por su intensidad.

Por lo que, si tomamos los recaudos necesarios para cuidar nuestra salud y actuar con empatía cuidando a los demás, estaremos  obrando en consonancia con las pautas de aislamiento preventivo establecidas por las autoridades a quienes debemos obedecer, y  según nuestra propia conciencia nos va mostrando en un proceso que nos modifica a diario.

Estos son aspectos operativos que no debemos obviar, pero no tenemos todo el control. El único que lo tiene es Dios. Él nos ha dado una oportunidad para transformarnos, ser resilientes y salir fortalecidos de una condición adversa.

Podemos percibir este tiempo como un paréntesis de quietud para  retraernos en el altar personal renovando nuestro  interior, porque sólo de esa forma vamos  a comprobar cuál sea la Voluntad de Dios (Romanos 12:2), que se vislumbra certeramente en los momentos oscuros y solitarios en los que oímos su voz.

En las circunstancias actuales, a las personas  mayores se nos considera grupos de riesgo o franja vulnerable. Desde el punto de vista médico y  social es correcto; sin embargo, en  la perspectiva espiritual hay un giro  de  concepto. Los adultos mayores, como todo cristiano,  menguamos para que el poder de Dios repose en nosotros, transformando la debilidad en fortaleza. Contamos con la Gracia del Señor!   (2° Corintios 12:9)

No desmayamos.  La comunión con Dios,  en silencio y oración, nos permite hacer nuevas lecturas de la realidad; porque las cosas que se ven se asocian al tiempo del hombre  por lo tanto, algún día terminan. Las cosas que no se ven, pertenecen a Dios. Son eternas. (2° Corintios 4:16-18)

Probablemente hemos percibido a lo largo de estas semanas en las que todas nuestras actividades ordinarias se paralizaron, cuántas maravillas va mostrando Dios en  limitaciones y austeridad, permitiéndonos ver las distracciones que hemos naturalizado desaprovechando nuestro tiempo y talentos.

Tengamos en cuenta, en momentos de incertidumbre: renovar la fe día a día, vivir con contentamiento sin importar las circunstancias, tener  conciencia de prueba,  afirmar  el fruto del Espíritu Santo, en todos sus  matices y observar  ese  reflejo  en nuestras vidas. Ejercitar la gratitud, el servicio, la pertenencia y el compromiso con el pueblo de Dios; prontos además, para atender con alegría a todo aquel que a nosotros llegue, testificando en amor práctico para la extensión del Evangelio.

1°Pedro 1:6-7 nos anima y recuerda: Así que alégrense de verdad. Les espera una alegría inmensa, aunque tienen que soportar muchas pruebas por un tiempo breve. Estas pruebas demostrarán que su fe es auténtica. Está siendo probada de la misma manera que el fuego prueba y purifica el oro, aunque la fe de ustedes es mucho más preciosa que el mismo oro. Entonces su fe, al permanecer firme en tantas pruebas, les traerá mucha alabanza, gloria y honra en el día que Jesucristo sea revelado a todo el mundo”.

Termina el día, la noche entra por mi ventana. Pero hay una lámpara siempre encendida: La Palabra de Dios en nuestras vidas! 

Acerca del Autor

Olga de Pedernera
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