“…le invocaré todos mis días” Salmo 116:2
Los meses fueron cayendo del calendario hasta llegar a este Diciembre que ve irse sus días para llegar al final de un año diferente, por los grandes desafíos que trajo.
Como un árbol que queda sin hojas cumpliendo su ciclo, para luego reverdecer con la esperanza que traen siempre los inicios; proseguimos a meta. Sabemos que este es un tiempo marcado en el que cada momento, por difícil que sea, es sólo un tramo del viaje que realizamos como aprendizaje y crecimiento en nuestra preparación para la verdadera vida que nos espera.
Una travesía de fe, de purificación, de conexión íntima con el Señor. Un ejercicio de soledad y a la vez de nuevas formas de vivir y relacionarnos. Hemos pasado días oscuros, y en la oscuridad germina lo nuevo. ¡Es un privilegio vivir una prueba de fuego inscripta en la incertidumbre, donde la única certeza es nuestro Señor!
En el Salmo 116 hay un agradecimiento intensamente personal por la salud restaurada del salmista. Hoy, todos necesitamos esa restauración de un modo u otro por lo que nos podemos deleitar con su lectura, de la que consideraremos ahora los versículos iniciales:
1 “Amo a Jehová , pues ha oído mi voz y mis súplicas ,
2 Porque ha inclinado a mí su oído, por tanto le invocaré todos mis días”
Comienza diciendo «Amo a Dios”. Algo fundamental en nuestra vida cristiana tiene que ver con esa relación real y vital. Le amamos, porque Él nos amó primero (1 Juan 4:19).
El versículo que abre el salmo explica también la razón de esa actitud de gratitud y amor hacia Dios, «ha oído mi voz y mis súplicas«. Luego, la expresión, “inclina su oído hacia mí”, nos habla de un oír atento y concentrado.
Cuando escuchamos, el cuerpo del oyente acompaña a su mente, está totalmente entregado y comprometido con aquel que habla. En la inclinación hay un lenguaje corporal de amor, de cercanía, de atención; es lo que hacemos por ejemplo, cuando un niño nos habla y nos inclinamos para estar a su altura y escucharlo.
Dios no únicamente nos oye, también nos escucha, ofreciéndonos todo su interés. Nada de nuestra experiencia humana le es indiferente, nos entiende.
Él es Santo, Justo y Compasivo, y nos dice: «Ven, que puedo recibirte».
Por lo tanto, si Dios escucha y entiende, también ayuda. En días agobiantes como los que vivimos, necesitamos encontrar un lugar tranquilo donde leer la Palabra de Dios y hablar con Él. Este es el santuario del alma.
¡Cuánto necesitamos todos experimentarlo! ¡Cuánto debemos amarlo por todo lo que nos ha dado!
Primero, por la preciosa salvación que nos dio por nuestra fe puesta en Cristo Jesús, para que fuéramos perdonados y limpios y gozáramos así de toda su misericordia. Por lo que podemos decir:
Amamos a Dios por su compañía diaria: Si buscamos su rostro en oración y encomendamos cada día en sus manos, aunque tengamos problemas, tristezas, incertidumbre, Él se encargará de suavizar todo eso con su infinito amor.
Amamos a Dios por su paciencia: Cuántas veces, como la oveja que se aleja del pastor, retrocedemos o nos mantenemos a distancia; sea en pensamientos o actitudes que no nos edifican. Sin embargo Él cada día espera nuestro regreso y nos guía en ese retorno hasta centrarnos y recuperar el enfoque.
Amamos a Dios porque nos comprende: Aunque es un Dios tres veces santo se acuerda de que somos polvo, débiles, y viene a nuestro socorro cuando Satanás acecha. Él sabe que el tentador quiso vencer a su propio hijo Jesucristo cuando vivió en la carne, y del mismo modo quiere vencer a cada hijo suyo; no olvidemos que Jesús lo derrotó usando pasajes bíblicos que también nosotros podemos utilizar en nuestra lucha.
Amamos a Dios porque no nos deja solos en las pruebas: Él las permite pero sabe hasta dónde somos capaces de soportar, las dirige y marca el límite de las mismas. Tampoco nos da una prueba sin un propósito, aunque a veces no entendemos el por qué, siempre confiamos que es para nuestro bien.
Amamos a Dios porque está con nosotros en el valle de las sombras:
Su Hijo preparó para nosotros el camino, y junto a multitudes de redimidos podremos unir nuestras voces en perpetua alabanza. ¡Esperanza bendita, en medio de la tribulación!
Esta es una breve enumeración no exhaustiva, a la que podemos agregar infinitas razones para decirle a Dios “TE AMO”. ¿Lo hemos dicho hoy? ¿Cuántas veces lo hemos hecho en este año? ¡No demoremos, antes de que termine!
Que esas sean nuestras palabras al amanecer y al anochecer de cada día, de modo que crucemos el puente de año viejo a un año nuevo, expresándole nuestro amor y gratitud a Dios, y diciéndole: “Por tanto le invocaré todos mis días.” ¡Amén!