¡Una nueva vida ha comenzado!

Previo al comienzo del mes de septiembre los vientos augustos hacen la tarea final del invierno. En el campo revolotean los restos de poda no recogidos; el polvo remolinea en rápidos giros mientras las personas y los árboles en ciernes esperamos que llegue la lluvia y con ella los brotes de primavera.

Es un tiempo de despedida. Ya no encendemos  la estufa con tanta frecuencia, vamos ordenando la leña que queda para el próximo año y, cada mañana, -en una fiesta de colores, olores y gorjeos- agradecemos a Dios por la promesa de la primavera.

El duro y necesario invierno ha terminado. Es hora de dejar atrás lo viejo y proyectarnos  en  los brotes nuevos, los  senderos bordeados por flores multicolores. Lo que fue desierto se convertirá en vergel con el aroma inconfundible de la tierra cuando las gotas del cielo la inunden de fertilidad.

Los ciclos estacionales de la naturaleza se aplican simbólicamente tanto a los tiempos vitales del hombre como al desarrollo y crecimiento de la vida cristiana. Así lo expresa el profeta Isaías en su libro. Él también había sufrido la fatiga del invierno cuando escribió:

 “Ya no recuerdes el ayer, no pienses más en cosas del pasado. Yo voy a hacer algo nuevo, y verás que ahora mismo va a aparecer. Voy a abrir un camino en el desierto y ríos en la tierra estéril» (Isaías 43:18-19).

El profeta consideraba mucho más que un cambio de estación. Se remitía a una situación de esterilidad en el pueblo de Israel, después de años de desobediencia y una larga cautividad. Frío, sequedad, intemperie, invierno en la historia de este pueblo. Cuando  pudieron salir  y volver a su tierra natal, experimentaron gran júbilo y la confianza de que sus vidas iban a mejorar.

No sucedió precisamente así, después de regresar  fueron invadidos por  griegos y luego por  romanos. Y llegó Jesús, el esperado Mesías que iba a traer una renovación, una verdadera primavera espiritual para todos, judíos y no judíos.

Sin embargo, muchas de las personas a quienes vino Jesús, no lo reconocieron y lo desestimaron. Lo bueno es que este rechazo, incluyendo el sufrimiento y la muerte no fueron la última palabra. Su resurrección  aseguró que  la nueva vida esté al alcance de todos nosotros.

La primavera  derrama fragancias por doquier. Las páginas bíblicas están impregnadas de perfumes muy preciosos, metáforas para decir lo inexpresable,  revelar el misterio.  A menudo los aromas de flores sugieren sentimientos sublimes como el amor o la gratitud.

En el jardín  del Cantar de los Cantares (v. 4:14), la amada está en un campo de lirios y su amado le hace ramos con ellos. Él camina, inhalando aromas de alheña, nardos y azafrán, canela y aloes, esencias de mirra e incienso. Los perfumes no son sustancias externas de la persona sino una expresión de su amor, manifestación de la belleza espiritual que abreva en ríos de agua viva.

La promesa que Jesús trajo para Israel todavía es vigente y la buena nueva es que también es nuestra promesa. En esta  primavera podemos tener  un nuevo comienzo, si estamos unidos a Cristo somos personas nuevas.

Las cosas viejas, errores y fracasos, han pasado. ¡Nuestra vida puede elevarse en olor fragante ante nuestro Señor, la fuente de agua viva, el lirio de los valles, la rosa de Sarón!

«Por lo tanto, el que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo» (2 Corintios 5:17).

 

¡Es tiempo de renuevo! ¡Vivamos nuestra primavera en espíritu, con el gozo y la fragancia de vidas transformadas en Cristo Jesús!

Acerca del Autor

Olga de Pedernera
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