Hace tiempo que me siento muy desafiada por el Señor con la responsabilidad que tengo como mamá, de criar, educar y guiar a mis hijas en este tiempo y sociedad en la cual estamos viviendo. Pero no solo como mamá, sino también como persona adulta, considero que es fundamental pensar en los niños y en el mundo en el cual están creciendo.
Sin dudas, la niñez hoy es el blanco de ataque de Satanás. La familia diseñada por Dios, ese lugar donde el niño crece y se desarrolla rodeado de amor, cuidado, disciplina y valores, es un bicho raro de encontrar. Lo común son familias separadas, lejos del diseño original. Niños abusados física y emocionalmente, abandonados, solitarios.
La educación, la transmisión de conocimientos a los niños, está influenciada por diferentes vientos de doctrinas e ideologías que promueven el egoísmo y el culto al yo disfrazado de “amor propio”. La inocencia, ternura, juego y compañerismo, energía y creatividad que tanto representan a la niñez hoy están siendo “apagadas” por horas y horas delante de las pantallas, donde de maneras muy sutiles el enemigo atrapa su atención y los adoctrina, dando como resultado niños depresivos, agresivos, sin capacidad de relacionarse con sus pares, adictos, escondidos detrás de diagnósticos y pastillas para que no moleste. Así podríamos seguir describiendo cómo la infancia está siendo atacada en este tiempo, porque lo vemos día a día.
Es por eso que los invito a considerar: ¿Qué estamos haciendo nosotros, como hijos de Dios, como iglesia, como padres, como maestros, por los niños de nuestra iglesia y alrededor?
En un mundo lleno de influencias equivocadas ¿Estamos siendo para ellos “ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12)?
¡Qué responsabilidad que tenemos!
Clamemos sin cesar por nuestros niños, para que sean intachables y puros, hijos de Dios sin culpa en medio de una generación torcida y depravada, para que, en ella, ellos brillen como estrellas en el firmamento. (Filipenses 2:5).
Amén