La avidez por aprender es propia de los niños. Los que ya no lo somos debemos permanecer con esa disposición, Dios siempre tiene algo para enseñarnos. Vivir la adultez como si ya supiéramos lo suficiente o hubiéramos perdido la capacidad de formarnos, es un error.

La vida cristiana es un aprendizaje constante. Nuestro corazón  debe anhelar siempre nuevas lecciones, como niños asombrados  ante la maravilla de la vida. Si no, tal vez perdamos grandes bendiciones divinas.

Jesús nos dice que para entrar en la dimensión de su reino, hemos de  ser como niños. No nos pide que seamos infantiles emocional o intelectualmente, si no que veamos la vida como ellos la ven y la viven.

No necesitamos ser expertos para conocer la actitud de los pequeños. Cuando Jesús nos exhorta a imitarlos, refiere a la dependencia de sus padres. Quiere que nosotros estemos sujetos al Padre como ellos a sus progenitores  y que vivamos con fe como los niños  que confían y creen en los adultos que los aman y prometen cuidarlos.

La mente y el corazón de un niño son como arcilla fresca en manos de los padres y otras personas mayores responsables, asimismo el creyente debe ser barro en manos del Señor y dejarse moldear por el Hacedor.

¿Quién es el mayor? Es la pregunta que encabeza el capítulo 18 del Evangelio de San Mateo. La respuesta está en los versículos del 1 al 5:

“En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?

Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no volvéis y hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos .

Así cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos.

 Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mi me recibe “

Si, Jesús les dice que los niños son mayores los adultos. Su grandeza se debe a que aman, cree y perdonan sin medida. Los niños son grandes porque así los hizo Dios.

Entonces, esforcémonos por conservar un corazón puro y cuidar amorosamente a los niños que llegan a nuestras vidas, auténticos tesoros que Dios nos encomienda para guiarlos en el camino de la Verdad.

Acerca del Autor

Olga de Pedernera
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