Leyendo una revista cristiana publicada antes de la Pandemia, encontré una anécdota que me hizo pensar en cuánto cambiaron los tiempos, pero sinembargo,  las personas seguimos necesitando aprender las mismas lecciones. Se las comparto entonces:

Un hombre de negocios londinense que vivía en los suburbios, tomaba el mismo tren todas las mañanas. Tenía la costumbre de orar antes del desayuno, una mañana le pidió a Dios que le otorgara ciertas gracias muy necesarias, y particularmente la de la paciencia. Por desgracia se demoró demasiado tiempo en el desayuno, de modo que cuando llegó a la estación vio que la luz roja del furgón de cola de su tren desaparecía en el otro extremo del andén. Se dio vuelta enfadado y ocupó los diez minutos que faltaban para la llegada del tren siguiente en pasear su iracundia por la plataforma, molestando a varios pasajeros contra los cuales chocó.

Luego, cuando llegó el segundo tren,  se dio cuenta que la espera obligada era la respuesta de Dios a su oración, por qué ¿de qué manera iba el Señor  a enseñarle la paciencia sin proporcionarle una oportunidad  para ejercitarla?

Pero había desperdiciado su oportunidad y no había aprendido la lección divina.

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