Una de nuestras hijas nació prematura, lo que requirió que estuviera tres meses dentro de una incubadora.
Sus pulmones estaban tan inmaduros y tenía tanta dificultad para respirar, que necesitó oxígeno permanentemente. Como no podía alimentarse sola, le daban la leche a través de una pequeña sonda nasal.
Estaba muy débil y sin fuerzas, dependía constantemente de una enfermera que la cuidaba las 24 horas del día.
Tenía cables por todo su diminuto cuerpo -de tan solo 800 gramos-, los cuales servían para controlarle el pulso, la respiración, la sangre, el oxígeno y la temperatura. Al no tener defensas, podía ser atacada por cualquier tipo de bacteria que estuviera deambulando por ahí, por lo tanto, para impedir infecciones le suministraban un sinfín de antibióticos y medicamentos.
Lamentablemente estamos viviendo en la era de la incubadora, en donde muchos cristianos están cómodos, seguros y protegidos, esperando que siempre los atiendan. No están comiendo la Biblia, por lo cual no crecen, no maduran y no desarrollan las defensas necesarias para combatir todas las enfermedades de este mundo. Viven desnutridos, debilitados y se ahogan ante cualquier problema.
“Hace tanto que son creyentes que ya deberían estar enseñando a otros. En cambio, necesitan que alguien vuelva a enseñarles las cosas básicas de la palabra de Dios. ¡Son como niños pequeños que necesitan leche y no pueden comer alimento sólido!” (Hebreos 5:12)
¡El Señor está a la puerta! Dejemos la incubadora para los nuevos cristianos, nuestro lugar es el campo de batalla, donde se está librando el combate más diabólico de todos los tiempos!
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