“Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos.” Salmo 119:71
Dios tiene múltiples métodos para enseñarnos lo que desea que aprendamos. Si somos dóciles, podremos responder en forma temprana a sus directrices. Aquí es importante discernir quién gobierna nuestras actitudes; si soy yo, lo más probable es que me estrelle contra la pared de mi propia arrogancia.
Muchas veces estamos subidos a la azotea de nuestro orgullo, eso nos hace creer que la única mirada válida es la que apreciamos desde ese lugar. Nuestra arrogancia va creciendo como una enredadera trepadora por las paredes del corazón hasta ahogarlo de altivez, esta va matando todo hálito de humildad que pueda haber en él. Es allí donde las relaciones se empiezan a complicar, donde el consejo no halla puerta de ingreso y la vida se va convirtiendo en un torbellino de sinsabores.
Pero para llegar a esta situación hubo antes un proceso que se fue gestando para subirnos al caballo del engreimiento. Si nos sacáramos una radiografía del alma, podríamos ver con claridad lo siguiente: antes del quebrantamiento es la soberbia y antes de la caída la altivez de espíritu. Estos antes fueron los causantes de dañar otros corazones, incluido el nuestro. Dios en mucha oportunidades tuvo que voltearme de la terraza del orgullo a las profundidades de la humillación. No porque se deleite en avergonzarnos, sino porque muchas veces será la única forma de prestarle atención a su consejo. Por eso el lugar más alto no es aquel a donde me ha llevado la autosuficiencia, sino a los pies de Jesús, escuchando sus palabras como lo hizo María la hermana de Lázaro, escogiendo la mejor parte que no será quitada.
El humillarse ante Dios puede ser doloroso. De hecho todos necesitamos hacerlo, para que podamos gozar de los beneficios que trae reconocer la autoridad de su palabra. Si Cristo no se hubiera humillado en la cruz hasta la muerte, no podríamos disfrutar de la Salvación de nuestras almas y degustar los beneficios de su obediencia. Si Él siendo el Hijo de Dios lo hizo ¿en qué posición me pone a mi?
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