En mi jardín tengo una enredadera enorme que cubre en el verano toda la pared medianera con hojas bien verdes. Llegado el otoño las hojas van tomando distintos colores en tonos de ocre, amarillo y marrón combinados en cada hoja de manera diferente, de manera que es muy pintoresco. Pero esas hojas pronto están totalmente secas y caen a montones y solo quedan las ramas peladas. Llegó el invierno.

Sabemos que muchas veces se compara nuestra vida con las estaciones del año; la primavera plena juventud y el invierno la vejez. Y en lo físico es real; en la juventud poseemos generalmente fuerza, salud, rapidez, que nos permite movernos de otra manera, mientras que en la vejez el cuerpo no responde de igual modo.

Pero en lo espiritual puede ser siempre primavera, y digo “puede”, porque hay condiciones tanto para jóvenes como para mayores y las encontramos en el Salmo 1:1-3 “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos. Sino que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella. Es como un árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan ¡Todo cuanto hace prospera!».

Ahora que empieza el invierno, meditemos en nuestras vidas… ¿Somos “árboles” plantados junto a las aguas? Es decir, ¿bebemos del agua de vida que es el Señor Jesús? ¿Nuestro fervor y amor al Señor y a nuestro prójimo van  creciendo día a día? ¿Meditamos en Su Palabra para hacer Su voluntad?

El Señor nos ayude a no marchitarnos espiritualmente sino a estar fuertes en Él. Abrazos virtuales para todas.

Acerca del Autor

Raquel Vázquez
Arquitecta | + posts