Desde que era adolescente, estuve interesada en la instrucción hacia los niños. Fue así como me involucré en cursos y capacitaciones, a fin de mejorar mi enseñanza. Siempre fui muy dada a las manualidades, por tal motivo, realizaba mis propias ayudas visuales que acompañaban las lecciones y buscaba cuanto recurso sea necesario para captar la atención de los pequeños que, en su misericordia y amor, ponía Dios delante de mío.

Pero a pesar de toda la preparación, del tiempo invertido, de los libros leídos… a pesar de ser yo a la que le decían “Seño”… siempre terminaban siendo los niños los que me enseñaban. Sin que ellos lo supieran, en su simpleza, fueron y son mis maestros. Hoy como mamá, Dios utiliza a mi hija para enseñarme, recordarme y afianzar grandes verdades en mi vida.

Algunas de las tantas lecciones que aprendí, en mi camino como maestra y mamá, son:

  • Confiar y descansar en el cuidado y protección de Dios. Cuando mi hija aprendió a caminar, vivíamos en un departamento que para ingresar a nuestro hogar debíamos subir una escalera. Ella quería subir, pero necesitaba de nuestro sostén detrás de ella, para poder hacerlo. Sin titubear, descansaba el peso de su cuerpito sobre nuestras manos, y subía la escalera con total seguridad y confianza, sabiendo que nosotros estábamos atrás de ella, siendo su sostén, su protección, estando atentos a sus pasos. En esa escalera, a través de una niña, Dios traía a mi mente Isaías 41:10: “No tengas miedo, pues yo estoy contigo; no temas, pues yo soy tu Dios. Yo te doy fuerzas, yo te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa.”
  • Gozarme, aunque las circunstancias de mi alrededor no sean las más alegres, siempre hay un motivo para sonreir, para disfrutar, para agradecer. Los niños, sin importar lo que estén pasando, siempre sonríen y llenan de vida el lugar más oscuro. En 1 Tesalonicenses 5:16, el Señor nos insta a estar siempre gozosos. Si no sabemos cómo hacerlo, observemos a los niños a nuestro alrededor, ellos son expertos en este tema.
  • Compartir el mensaje de Salvación sin tantos tapujos ni preámbulos. Mi hija habla de la Biblia, de Dios, de Jesús con tanta naturalidad que me deja asombrada y a la vez desafiada. En mi interior le pido perdón a Dios, porque tantas veces me quede callada por miedo al que dirán, por no saber qué decir, por no sentirme preparada… y ella, en sus pocas palabras y simpleza está anunciando las buenas nuevas.
  • Valorar la disciplina y corrección del Señor, entendiendo que lo hace por amor. Desde que soy madre, tomo el asunto de la disciplina con mucho temor. Es mi oración de cada día, tener la sabiduría y el discernimiento necesario para disciplinar de forma correcta a mi hija cuando se requiera. Cuando esto pasa, veo en ella su tristeza. Y aunque me duela verla triste, lo hago porque la amo y es mi deber como madre corregirla y guiarla. Es en esos momentos, cuando agradezco a Dios por sus correcciones, aunque duelan y me refugio en las palabras de Proverbios 3:11 – 12: Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor, ni te ofendas por sus reprensiones. Porque el Señor disciplina a los que ama,  como corrige un padre a su hijo querido.

Y así, podría seguir contando cuantas cosas he aprendido y aprendo a través del contacto con los niños. Pero sería muy largo, y el espacio no alcanzaría.

Sin embargo, te desafío, querido hermano, a que observes a los niños que hay a tu alrededor, que le pidas a Dios un corazón sensible y que abra tus ojos espirituales, para que por medio de ellos, Dios te enseñe de formas que seguramente te van a sorprender. Porque, sin dudas, los pequeños, son grandes maestros.

Acerca del Autor

Eugenia Medaglia
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