Una amiga muy querida le regaló a mi hija una riquísima mermelada de frutilla, cuyo frasco tenía pegado un conocido y maravilloso texto que llegó en un momento más que oportuno: “Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón.” (Salmo 37:4)

La mala, triste y vergonzosa versión del Salmo 37:4 que estuve practicando últimamente fue: “Desesperate, desilusionate, desconsolate, preocupate, amargate en el Señor… y esperá sentado hasta que se conceda lo que pedís!”

Por muchos años quise invertir el orden del pasaje; primero quería que Él me dé lo que mi corazón deseaba para después deleitarme en Él.

¡Qué difícil es deleitarse cuando la lista de necesidades que tenemos escritas en nuestro corazón sigue intacta!

DELEITARNOS en el Señor significa que Él debe ser lo que nos enamore, cautive, atraiga, agrade, fascine, asombre, atrape, guste, alegre, maraville, encante y regocije. Cuando esto sucede, todo cambia. Los anhelos de nuestro corazón, todo aquello que ansiamos, soñamos y esperamos, pasa a un segundo plano.

Deleitarse significa: estar altamente satisfecho, sentir placer intenso en el ánimo. Tal vez, la epidemia de desánimo por la que estamos atravesando tenga que ver con la falta de deleite en el Señor.

Pero hoy tenemos la posibilidad de elegir DELEITARNOS o DESANIMARNOS.

¿Qué te parece si obedecemos y respetamos el orden de este hermoso texto?

PRIMERO nos enamoramos con pasión de nuestro querido Señor y, después, con toda tranquilidad y confianza, esperamos recibir aquello que anhela nuestro corazón.

¡Abrazo grande! 

Acerca del Autor

Ricky Bisio
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