“Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido;

y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.  

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia.”

                                                                                    2° Timoteo 3:14-16

Mi vida ha sido enriquecida  por el contacto con niños. Madre y abuela. Maestra de niños en la escuela y en la iglesia; experiencias de  distintas infancias con sus particularidades, oportunidades  y  consecuencias.

Enseñar a los niños es un capital que no se devalúa. Puedo ver a algunos de ellos, actualmente adultos, y los resultados en sus vidas según el camino que escogieron. De algo estoy segura: cuando hemos enseñado que la Biblia es suficiente, la Palabra no vuelve vacía. Dios siempre está obrando y en el tiempo perfecto, se cumple su propósito.

 

Todas las etapas de la vida tienen rasgos singulares, pero  la tierna  niñez es todo posibilidad.  El asombro de la mirada de un niño, y su risa que suena a cascada de agua cristalina,  son un prisma que siempre invita a mirar la vida de un modo diferente.  Son la potencia del adulto que serán. Por lo que, cuando un niño llega a nosotros, es un   alerta de la responsabilidad y privilegio que Dios nos está otorgando.

Para este  delicado proceso de criarlos en la disciplina y amonestación del Señor, lo primero es la oración. Debe comenzar, como en el caso de Ana y Samuel, aún antes de la concepción y seguir toda la vida.

 El niño un tesoro que Él pone en nuestras manos para que lo amemos, cuidemos y eduquemos. El adulto que somos es el niño que quedó adentro, depende de cómo haya sido esa niñez tendremos hombres y mujeres sólidos en su identidad cristiana o personas dolidas que habrán de curar sus heridas, con la mediación del Espíritu Santo, por la misericordia de Dios.

De ahí que lo más importante que debemos enseñar a los niños es el  conocimiento y  estudio las Sagradas Escrituras. Un ejemplo de sus efectos lo vemos en  la constancia de Loida, la abuela de Timoteo, y de Eunice, su madre; sumado el modelo y discipulado transformador de Pablo en su vida.

 

Consideremos la relevancia de la instrucción temprana, desde la niñez (2 Tim 3:15).Timoteo tenía grandes educadoras, Loida suplió lo que no hizo el padre de Timoteo, que era griego, y quizás, pagano. Eunice, mujer judía, conocía muy bien el valor de enseñar la Palabra de Dios al pequeño. Sabían que estaban llamadas  a equipar al futuro hombre de Dios para que fuera íntegro, completo y que enseñara  a otros  el buen camino. La misión de su abuela y de su madre,  fue la enseñanza de la Sagradas Escrituras.

 

 Instruido de una manera eficaz (2 Tim 3:14); adquirió ese saber  profundo, íntimo, vivencial surgido de  una dedicación desde pequeño al estudio de la Biblia.  Tenía certeza de que vino, primeramente de Dios mismo, y luego por medio de las enseñanzas de otros.

Esa sana instrucción,  unida a una fe viva formó  un sólido carácter   cimentado y establecido sobre los principios permanentes de la Palabra de Dios. (2 Tim 3:16-17)

La precoz formación, también produjo gran utilidad (2°Tim 4:1-2). Timoteo se convirtió en el gran compañero escogido por Pablo, amado y recordado en sus oraciones y anhelado como su sucesor, a quien le entregó el relevo,  sabiendo que había depositado la Comisión del Evangelio en la persona correcta.

 

Aplicándolo actualmente, es la influencia directa de los padres (en casa) o de los maestros (en la iglesia). Timoteo fue persuadido por su madre, su abuela  y  su maestro. Lograron que el niño aprendiera  eficazmente que él podía crecer para salvación, por medio de su fe en Cristo.

 

Debemos formar a nuestros niños y encomendarlos en las manos de Nuestro Padre, quizás puedan convertirse en colaboradores de algún gran hombre de Dios en el futuro. O serlo ellos mismos.

Que Dios nos dé sabiduría y nos capacite para dedicarles el tiempo suficiente, acompañándolos en instrucción y guía en el  camino recto.

 ¡Que cada niño sea acogido en un gran abrazo de bendición!

Acerca del Autor

Olga de Pedernera
+ posts