Al principio, ellos apenas te ven. Pero te huelen, te sienten y eso les basta para saber dónde quieren estar.
Después te imitan la sonrisa, practican su motricidad media torpe, enclenque, pero se van perfeccionando hasta que un día agarran el gollete del tal recipiente o lo tiran desparramando todo por el suelo. Risas.
Luego comienzan a medir los efectos del llanto. Lo usan según les sea conveniente. Logran objetivos afectivos o recreativos. Aunque a veces, el llanto es una señal de alarma, un escaparate del dolor y acuden a mirarlos hasta encontrar el raspón, detectar la torcedura, sana sana.
Y las preguntas para saberlo todo. Y las expresiones de asombro. Y la confianza. La mano que necesitan para cruzar la calle, las piernas grandes para esconderse, los brazos fuertes para mil piruetas y abrazos con olor a una persona. Una persona que aman. Que les sea fácil amar no es una novedad. Se abandonan al amor genuino, el que no admite decepciones, el más visceral. Por eso cuando te mienten siendo niño o te hieren con un engaño, se derrumba la estructura que te mantiene a flote, la que te permite crecer sano y buscas salvavidas de lo que sea para no ahogarte en lo profundo.

¿Dónde está mi niña perdida? La de los suecos color marrón, la del corte carré con flequillo, la de los ojos grandes , la del mate cocido con galletitas flotando dentro de la taza, la del regazo de la abuela, la de las risas entre hermanas y té-cenas con papá y mamá. Necesito encontrar a mi niña andariega, la que amaba los caballos, la que se sentaba en un sillón quieta, muy quieta para «inventar historias», la que tocaba el piano a regañadientes pero amándolo al mismo tiempo. La que cantaba en la terraza, la que leía con linterna, la que nunca dudaba de Dios. La que lloraba con «cinco siglos igual» y la que oraba a la noche pidiéndole al Señor Todopoderoso que mañana me levante más morocha Señor, porque no me gusta que me pregunten si vivo en un sótano o cosas así. Amén.

Tengo que llegar a ser ella nuevamente. La extraño pero más porque así deseo recibir mi bendición. La añoro, pero más porque quiero que me sea así de fácil creer y levantarme llena de esperanza. La quiero, pero más porque siento que quepo más cómoda en el hueco de Su mano y debajo de Sus alas. La encuentro, pero más porque de ella, de mi niña, es el Reino de los Cielos.

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Vanghi Bognano Rivera
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