Imagínate temer por tu vida y huir sin tener dónde descansar. Acompañado de la angustia y soledad, así estaba David. El futuro rey de Israel escapaba de manos del rey Saúl, cuando encuentra refugio en la cueva de Adulam. Allí ocurre una transformación gloriosa. Dios puede transformar el lugar más inhóspito en un lugar de refugio y sanidad para nuestras almas.

David tuvo que abandonar su antiguo trabajo y huir ya que el rey Saúl quería matarlo. Pero las Escrituras mencionan “y David lloró más” (1 Samuel 20: 41) cuando tuvo que dejar a su mejor amigo, Jonatán. El futuro rey huyó desesperado a la tierra de Gat y se comportó como loco para preservar su vida. Después de días agotadores, tanto en lo emocional como en lo físico, llegó a la cueva de Adulam en busca de sanidad. Allí se le juntaron unos 400 hombres “afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu” (1 Samuel 22: 2).

La cueva de Adulam se conoce como la «cueva donde se oraba y se ponían todas las aflicciones». Podríamos pensar que estos afligidos estaban en un lugar equivocado, sin dar pelea, pero Dios los llevó a un lugar de intimidad. Allí David escribió el Salmo 142:

“Clamo al Señor; ruego la misericordia del Señor. Expongo mis quejas delante de Él y le cuento todos mis problemas. Cuando me siento agobiado, solo tú sabes qué camino debo tomar.”

(vv. 1-3). Decide abrir su corazón delante del Señor, ruega que lo saque de esa prisión y exclama: “Tú eres mi lugar de refugio. En verdad, eres todo lo que quiero en la vida.” (v.5).

¡Qué hermosa afirmación para declarar en momentos de dificultad! David conoció el verdadero Refugio.

La historia cuenta que los 400 hombres que estaban en la cueva conformaron el ejército de “los valientes de David”. Sus nombres quedaron asentados y podemos leer de sus proezas y grandes hazañas. Hombres “amargados y endeudados” salieron como valientes. En la cueva no solo experimentaron intimidad con el Señor sino también sanaron en comunidad, vivieron lo que dice Gálatas 6:2: “Ayúdense a llevar los unos las cargas de los otros”.

Así como David exclamó en el Salmo 142, no debemos tener vergüenza en exponer nuestra causa delante de Dios. Como dice Hebreos 4:15: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.” Nuestro Dios nos entiende. Él sintió soledad, dolor y tristeza, ¿por qué no acudir a Él en busca de auxilio?

La cueva de Adulam: un encuentro especial con el Señor. Ven. ¡No temas! Tu alma puedes derramar en este lugar de intimidad.

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Priscila Velasco
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