Cuando me propusieron hacer un escrito contando mi testimonio, pensé dentro mío que iba a ser bastante largo y quería que la lectura sea llevadera para aquel que lo leyera.

Es por eso que decidí hacerlo como una entrevista; respondiendo las preguntas que con más frecuencia aparecían y fui respondiendo (por casi ya 14 años) a medida que las personas se enteraban que tenía Lupus.

Antes de la entrevista me presento: me llamo Abigail Lescano, tengo 31 años y formo parte de una familia de 5 hermanos, yo soy la segunda. Tengo una familia hermosa, desde chica fui a la iglesia con mis padres y hermanos. Tuve una infancia muy linda y con muchísimos recuerdos que guardo en mi corazón. A los 9 años tomé la decisión de entregar mi vida a Dios.

Empecé a servir a los 15 años en los preadolescentes y en la escuelita.

Hasta ese momento venía viviendo una vida que para mí era la que Dios quería, pero no me daba cuenta que la vida que llevaba era más bien religiosa y no de una relación verdadera con Dios.

Hasta que a los 17 años empezó a cambiar todo en mí.

¿A qué edad te enteraste de la enfermedad y qué fue lo primero que pasó por tu mente?

A los 17 años estaba cursando mi último año de la secundaria y en Agosto comenzaron algunos síntomas en mi cuerpo que manifestaban que algo estaba pasando.

Comencé a hacerme estudios y fui de especialistas en especialistas, hasta que terminé con un reumatólogo. El 19 de Diciembre del año 2007 me dieron una de las peores noticias que una chica de mi edad podría recibir: “tenés Lupus”. Apenas escuché esas dos palabras, mi mente se llenó de muchas preguntas: ¿Es una enfermedad que me llevará a la muerte? ¿Tendrá cura? ¿Podré ser mamá? Pero una de las que más me resonaba era… ¿POR QUÉ A MÍ DIOS?

Cuando llegamos a casa, me encerré en mi pieza y recordé que hacía unas semanas había leído la historia de Job y que todo tiene un propósito en Dios. Al darme cuenta de esto caí arrepentida, porque según yo vivía una vida que agradaba a Dios, pero no era así. Hacía ya casi un año que había caído en trastornos alimenticios que llevaron a debilitar mi cuerpo por completo (todo esto a escondidas de mis padres y del resto de mi familia) y eso me había traído consecuencias, tal como me había explicado el doctor esa tarde.

A pesar de estar enojada y preguntando el por qué de esto, siendo yo la culpable por estar dañando al templo de Dios, mi cuerpo, Dios fue fiel para transformar mi error y encaminarlo a un propósito más grande; Su propósito.

¿Qué es el Lupus?

Lo explicaré como me lo explicaron a mí, así se entiende mejor.

El lupus es una enfermedad autoinmune; el cuerpo se desconoce y se ataca, por lo que es muy difícil de tratar.

Hay diferentes tipos de lupus; está el que solo ataca a la parte de las articulaciones, el que ataca a la piel y el que puede atacar piel (manchas dolorosas e impactantes a la vista), articulaciones (dolores tan agudos que te dejan en cama y hasta en sillas de ruedas) y órganos principales (riñón, médula, pulmones, corazón, etc).

Este último fue el que me tocó.

Esta enfermedad me limitó en muchas cosas que normalmente hacía, como jugar al vóley, tocar la guitarra, estar en el sol o estresarme estudiando, como cualquier persona normal. Ya no podía pasar nervios ni emociones fuertes porque eso era lo que la activaba, y tenía que ser internada de inmediato. Allí me trataban con medicamentos que mi cuerpo rechazaba, haciendo alergias muy fuertes en todo mi rostro, o hinchándome mucho.

¿Cambió tu vida?

Fue un tiempo de “acostumbrarme” a ir al doctor cuatro veces por semana, tomar muchas pastillas, tener muchísimo cansancio, y muchos cambios físicos que empezaban a bajonearme mucho.

Eran días de mucho llorar, pelear conmigo misma, no querer ver a nadie ni que me vean tampoco, tanto que empecé a encerrarme en mi cuarto para evitar cualquier contacto.

Pero de eso salió algo hermoso; comencé a orar y leer más la Biblia, a hablar con Dios de una manera que nunca había hecho antes, a sentir sus abrazos a través de personas que me apoyaban, que oraban por mí, a poder palpar sus promesas, a poder conocerlo más día tras día, a entender que Él me estaba usando para llevar su nombre a un lugar al que nunca hubiera podido ir, un sanatorio donde no solo podía testificar a doctores o enfermeros, sino a personas que estaban pasando un momento difícil con su salud, igual que yo.

Así las internaciones empezaron a ser diferentes para mí, había comprendido que Dios me estaba usando a pesar de haber hecho algo que no le agradaba.

¡Qué fiel es mi Dios! Él es un Dios de oportunidades y de milagros, y así me lo estaba mostrando.

¿Cómo obró Dios?

Como ya expliqué, yo vivía una religiosidad, pero desde ese año comencé a ver obrar a Dios.

Dios no tiene límites en su obrar, comenzó a hacer milagros en mi salud, a cambiar resultados de un día para el otro, de un instante a otro, y confieso que me sorprendía de su obrar; eso es lo que estaba mal en mí, porque yo decía conocer y creer en Dios, pero cada vez que Él hacía un milagro yo me asombraba como la primera vez. No creía realmente que Él lo iba a hacer.

Hoy en día no me sorprendo cuando hace un milagro porque lo conozco, y experimenté lo que dijo Job: “De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven”.

¡Y qué hermoso es sentir eso! Soy  privilegiada de haber pasado por esto, de ver a Dios obrar tan cerquita y en medio de la prueba más grande poder tener paz, paz que solo Él da y que los no lo conocían no podían entender. Pude agradecer por el sufrimiento que a veces me causaba la enfermedad, fue un proceso difícil pero necesario para poder agradecer por esta prueba y alabarlo en medio de ella.
Podría pasar días contando todo lo que Él hizo por mí y en mi salud.

Momento inolvidable

12 de octubre del 2014.

Ya no había más solución porque la enfermedad se había extendido a todos los órganos y me había llevado a terapia coronaria. Mi corazón no estaba funcionando como debía hacerlo, en ese momento tenía un corazón de alguien de 90 años, y mis pulmones ya no funcionaban.

Ese Domingo nos dijeron que no iba a pasar la noche y que debían despedirse de mí porque médicamente no había nada que hacer; pero los médicos no sabían que cuando deja de obrar la ciencia y la medicina es cuando Él empieza a obrar más y mostrar su poder de formas incomprensibles para la mente humana.

A la media hora de recibir esa noticia mi familia decidió no entrar, sino quedarse afuera y juntos clamar a nuestro Dios de milagros, que permitió que llegara al peor diagnóstico posible, “ya no hay más nada que hacer, solo esperar que se vaya”.

Y en ronda comenzaron a clamar entre lágrimas, un milagro más. Y así fue, entre las 12:00 y las 12:30 Dios obró en mi corazón sacando todo lo malo que tenía, haciéndolo latir nuevamente bien. Y así lo hizo con el resto de los órganos que no estaban funcionando en ese momento.

En esa internación llegué en camilla, sin haber podido caminar por dos meses, y salícaminado y dando gracias a Dios, mi Dios de milagros.

Ese día volví a nacer físicamente y comprendí que esto era con un propósito también, por eso deseo seguir cumpliendo con lo que Dios tiene para mí.

Agradecida

No quiero olvidarme de recalcar que estuvimos apoyados en todo momento por muchísimas personas que se unían a nuestras oraciones, hermanos en la fe que estuvieron y siguen estando en oración, sosteniéndome no solo a mí sino a toda mi familia.

Muchos fueron los que ayudaron a mi familia con mensajes, visitas, ofrendas, abrazos y palabras de bien, a los cuales estoy sumamente agradecida; parte de esos hermanos son los de mi querida iglesia Rincón.

Gracias doy primeramente a Dios por esta oportunidad que tengo de contar de que es un Dios de lo imposible, un Dios que cambia diagnósticos y deja boquiabiertos a médicos.

Un Dios que te usa a pesar de la condición en la que estés, y a pesar de que muchas veces falles te ama como nadie y lo seguirá haciendo siempre.

Un Dios que no tiene límites, un Dios que es mi fortaleza, mi motor y a quien le quiero agradar en mi caminar, para que al verme pueda sonreír.

Por último gracias te doy a vos, que estás leyendo esto; a todos los que oraron por mí y a los que lo siguen haciendo.

Los bendigo y amo en el Señor, y oro por sus vidas.

Acerca del Autor

Abigaíl Lescano
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