“El Señor ama la justicia y el derecho; llena está la tierra de su amor” Salmos 33:5

Indudablemente, lo que escribo hoy es un breve recorte de reflexiones de un  tiempo  de  silencio y retiro. Además de los protocolos  de la situación de pandemia, ha sido una elección personal ante la posibilidad de redimir el tiempo presente y poner en perspectiva el porvenir, sea como el Señor disponga. Por lo tanto, en este abordaje hay trozos de mi corazón, ya que expresar en palabras lo que se  transforma en el proceso, nos va sanando.

El amor es la fuerza más poderosa del universo. Dios es amor y por Él fuimos creados. Lo contrario no es el odio, es el miedo que atraviesa a la humanidad. Lo bueno une. Lo unido crece y expande. Lo maligno repele, divide, mengua.

Dios nos creó de un modo tal, que no podemos  vivir sin amor. Su carencia genera uno de los  más grandes trastornos emocionales que podemos padecer, llevándonos a la pérdida de sentido, al  vacío existencial y a la disfuncionalidad consecuente en nuestro crecimiento.

La supervivencia depende del amor. Tal  principio se  manifiesta en la historia que abona estos apuntes. Lloré cuando volví a leerla en estos momentos, porque son esos pasajes que Dios nos pone delante para rescatarnos cuando estamos demasiado tristes, o nos sentimos inadecuados ante  las circunstancias que nos tocan. Y tal vez, hemos transitado así  parte de la vida…

Recuperemos esta historia. En el relato bíblico de 2° Samuel 9:1-5 dice: “Dijo David: ¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán? Y había un siervo de la casa de Saúl, que se llamaba Siba, al cual llamaron para que viniese a David. Y el rey le dijo: ¿Eres tú Siba? Y él respondió: Tu siervo. El rey le dijo: ¿No ha quedado nadie de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia de Dios? Y Siba respondió al rey: Aún ha quedado un hijo de Jonatán, lisiado de los pies. Entonces el rey preguntó: ¿Dónde está? Y Siba respondió al rey: He aquí está en casa de Maquir hijo de Amiel, de Lodebar”.

La lectura se refiere a Mefi-boset. Él, que debió ser rey de Israel, es descripto  trágicamente lisiado de sus dos pies. Nieto de Saúl,  se convertiría en un líder fuerte como su padre Jonatán, pero fue rechazado por su incapacidad y exiliado en un lugar llamado Lodebar.

Un niño de cinco años  llevado a un país de silencio y aridez, separado de su padre y arrancado de  su lugar , abandonado en una pesadilla acerca de  lo que pudo haber sido. ¿Qué ocurrió para que este pequeño, nacido en una familia de linaje  se convirtiera en un ser  frágil, lisiado y empobrecido en cuerpo y espíritu?

Leemos en 2° Samuel 4.4: Y Jonatán hijo de Saúl tenía un hijo lisiado de los pies. Tenía cinco años de edad cuando llegó de Jezreel la noticia de la muerte de Saúl y de Jonatán, y su nodriza le tomó y huyó; y mientras iba huyendo apresuradamente, se le cayó el niño y quedó cojo. Su nombre era Mefi-boset.

  • Único descendiente varón sobreviviente de la primera familia real de Israel.
  • Destinado para ser rey sobre su pueblo.
  • La tragedia tuerce la historia: su padre muere en batalla.
  • Recluido. Despojado de su corona y con el espíritu quebrado, olvidado por mucho tiempo.

Una historia épica. La tragedia universal del hombre; la situación límite que  asombra. Sin la posibilidad de perseverar hacia una meta, de  alcanzar aquello que nos correspondía sino la soledad y cautividad, un lugar en el que nadie conoce nuestra herida  porque estamos amordazados por el dolor. Y nos quedamos rumiando la nostalgia de lo que no fue, aún injustamente.

Probablemente no lidiamos con una limitación física, pero cierta disfuncionalidad cualquiera sea la forma que adopte puede dejarnos en Lodebar, desesperanzados; esto como símbolo de lo que nos impide desarrollar nuestro potencial. Pero ese no es un lugar para quedarse a vivir.

Por lo que no importa cuál sea nuestro desgarro, ni cuán lejos estemos de donde debíamos haber estado; podemos llegar al palacio y sentarnos a la mesa con el resto de los hijos del Rey.

Así lo dice el desenlace de la historia: 2° Samuel 9: 6-13.” Y vino Mefi-boset, hijo de Jonatán hijo de Saúl, a David, y se postró sobre su rostro e hizo reverencia. Y dijo David: Mefi-boset. Y él respondió: He aquí tu siervo. Y le dijo David: No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo misericordia por amor de Jonatán tu padre, y te devolveré todas las tierras de Saúl tu padre; y tú comerás siempre a mi mesa. Y él inclinándose, dijo: ¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo? Entonces el rey llamó a Siba siervo de Saúl, y le dijo: Todo lo que fue de Saúl y de toda su casa, yo lo he dado al hijo de tu señor. Tú, pues, le labrarás las tierras, tú con tus hijos y tus siervos, y almacenarás los frutos, para que el hijo de tu señor tenga pan para comer; pero Mefi-boset el hijo de tu señor comerá siempre a mi mesa. Y tenía Siba quince hijos y veinte siervos. Y respondió Siba al rey: Conforme a todo lo que ha mandado mi señor el rey a su siervo, así lo hará tu siervo, Mefi-boset, dijo el rey, comerá a mi mesa, como uno de los hijos del rey. Y tenía Mefi-boset un hijo pequeño, que se llamaba Micaía. Y toda la familia de la casa de Siba eran siervos de Mefi-boset. Y moraba Mefi-boset en Jerusalén, porque comía siempre a la mesa del rey; y estaba lisiado de ambos pies”.

Qué final de restauración! “… no tengas temor…haré misericordia contigo por amor…”  Ante el escenario de una vida rota, el rey ordenó  traer  a  Mefi-boset  de Lodebar (lugar de sufrimiento) a Jerusalén (ciudad de paz). Sentado a la mesa del rey fue digno de  recibir toda clase de bendiciones, siéndole  devueltas sus posesiones y su posición de príncipe.

Si conocemos  Lodebar, sepamos que podemos salir de ahí.  En medio del quebranto hay ayuda para nuestras heridas, el Espíritu Santo quiere llevarnos a la mesa del Rey.

Si hoy nos sentimos frágiles, temerosos, en  crisis; hay esperanza. El Rey nos invita con amor. ¡Conservamos nuestro linaje! En su presencia hay reparación y retribución de lo que el enemigo quiere arrebatarnos, deteniéndonos en nuestro proceso de crecimiento.

¡Entonces, sin demora vayamos a Jerusalén! ¡El  Señor nos llama!

 

Acerca del Autor

Olga de Pedernera
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