Jesús se preocupaba por las mujeres.

Los discípulos se sorprendieron al encontrarlo hablando con una mujer, especialmente una mujer samaritana, que pertenecía a una raza que los judíos despreciaban. Una mujer que había tenido cinco esposos y que vivía con un sexto hombre en el momento en que hablaba con Jesús!

Sin embargo, Jesús vio su necesidad: ella tenía sed de relaciones que llenaran su vida vacía. Jesús le preguntó: “¿no quisieras saciar tu sed?”.

Nosotras también deberíamos hacerles a todas las mujeres sedientas la misma pregunta. Con matrimonios deshechos en su pasado, muchas mujeres buscan su identidad y felicidad en una unión significativa. Sin embargo, no se puede saciar la sed espiritual con un matrimonio, sin importar qué tan bueno pueda ser. Jesús le recordó a la samaritana: “Dios es Espíritu” (Juan4:24). Su Espíritu es el agua viva que sacia nuestra sed. “Por favor señor” le dijo la mujer, “dame de esa agua” (Juan 4:15).

Hoy, nosotras también le podemos pedir lo mismo. Podemos decirle simplemente: ”Jesús te necesito, Jesús te amo y quiero que me des de esa agua“

Debemos dejar atrás nuestras vidas pecadoras, al igual que la mujer samaritana dejó su balde y, como ella, nunca más tendremos sed.

Jesús tengo sed…Sacia mi sed

Jesús tengo hambre…Dame de comer

Jesús, hablaré con la gente…envíame a mí!

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J. Briscoe
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