Como Philip Petit, que cruzó las Torres Gemelas sobre la cuerda floja. Como Ratatouille que sabía combinar los sabores a la perfección. Como los hindúes pintando mandalas. Como el que camina sin pisar la hendidura entre las baldosas. Como la mirada más allá del mundo del profesor Miyagi.
Uno se da cuenta de lo pendular de su propia vida. Lo rápido que caería de la cuerda hacia el vacío, lo picante o insípida que saldría la comida, la mala elección de los colores, lo apurada que estoy como para evitar pisar las hendiduras y una mirada enfocada demasiado tiempo en mi misma.

Sin embargo, en algún momento me doy cuenta de que la vida es una búsqueda constante de “ese” equilibrio que quizás observo en otros pero del que estoy bastante lejos.
Entonces leo episodios históricos y espirituales acerca de personas que estaban muy cerca del equilibrio en la vida y de un momento a otro lo perdieron.

Primero, dos hermanos. Nadab y Abiú. Hijos del sumo sacerdote Aarón. Eran personas con mucho conocimiento de Dios y habían tenido experiencias muy cercanas con El. De hecho hay un pasaje en la Biblia que los menciona entre quienes vieron “al Dios de Israel” en el monte Sinaí. Pero hubo un momento en el que realizaron una ofrenda que “el Señor no les mandó” y fueron castigados con la muerte.
Tanto conocimiento, tantas experiencias espirituales de poder y manifestación de Dios causaron el efecto contrario en estos dos hermanos que probablemente se sintieron con la autoridad de ofrecerle a Dios lo que a ellos les parecía, sin obedecer la palabra de Moisés que en ese momento hablaba de parte de Dios. ¿Con cuánta facilidad nos creemos más sabios que los sabios y pretendemos hacer de nuestra vida espiritual un podio para ser admirados más que un camino que continuamos trazando con la ayuda de Dios pero todavía muy lejos de la meta?

Segundo, Pedro. Cada vez que se lo menciona en los evangelios lo encontramos cerca de Jesús. Dios mismo le reveló que Jesús era el Mesías. Y fue uno de los tres escogidos para presenciar la transfiguración de Jesús viendo también las apariciones de los profetas Moisés y Elias. Al igual que Nadab y Abiú, podríamos decir que estuvieron con “El Dios de Israel”. Pero al cabo de un tiempo, quizás días, Pedro aconseja a Jesús con palabras muy distintas de las que cualquiera hubiera esperado escuchar de él: “Señor, ten compasión de ti”.
Jesús les estaba contando a sus discípulos que pronto iba a padecer mucho, incluso que iba a morir aunque al tercer día, resucitaría.
Pedro lo toma aparte como una especie de abuelo sabio, maduro, que escucha palabras inocentes y busca aportar audacia.
Jesús se vuelve hacia Pedro, imagino mirándolo a los ojos y lo reprende con palabras duras. “¡Apártate de mí, Satanás!”
¿Cómo puede ser que la misma persona que hasta no hacía mucho tiempo reconoció por revelación divina que Jesús era el Mesías, ahora haya sido instrumento de Satanás para tentar a Jesús a la autocompasión?

Yo me pregunto si a mi no me pasa lo mismo muchas veces. Y me respondo que sí. Que me pasa. Creer que mi conocimiento de Dios me posiciona en un lugar de superioridad moral, espiritual o lo que sea al punto que pensar que ya ni siquiera necesito seguir obedeciendo los mandamientos de Dios o no tanto. O puedo elegir. ¿Que me da derecho a semejante conducta frente al ejemplo de Jesús que cumplió toda la ley y fue obediente hasta la muerte?

Podemos perder el equilibrio en un segundo. Caminando sobre la cuerda de la vida sin pensar que podemos caer. La clave es no creer que estamos tan firmes como para dar brincos y volteretas sin correr el riesgo de caernos.
Seguir intentando combinar los sabores de la vida sin pensar que ya lo hemos logrado con la primera vez. No sé si lograré pintar un mandala sin salirme de la línea o tener la mirada más allá del mundo de Miyagi, pero le pido a Dios que me de la mano mientras voy haciendo equilibrio.

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Vanghi Bognano Rivera
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