Del 18 al 25 de mayo de 1810 se gestaba en nuestra nación una serie de acontecimientos revolucionarios que dieron lugar a lo que luego fue llamada la Revolución de Mayo. Se iniciaba así en nuestra Patria un proceso de independencia que proclamaba así la ansiada libertad de las potencias extranjeras.

Hoy, transcurridos 210 años de la Revolución nos preguntamos si verdaderamente obtuvimos la ansiada libertad. Difícilmente podamos hacer semejante afirmación, toda vez que, por múltiples razones, hacen poner en duda que Argentina sea un país absolutamente libre y soberano como el que soñaron nuestros revolucionarios libertadores.

Si bien, en esa gesta patriótica, Argentina logró una liberación política, las palabras que entonamos cuando cantamos el Himno Nacional Argentino “¡Oíd el ruido de rotas cadenas!”, todavía son un anhelo de millones de argentinos cuyas vidas aun viven en la más obscura esclavitud. Y no hablamos de cuestiones geopolíticas, económicas o de decisiones de nuestros gobernantes a lo largo de la historia, sino que nuestro suelo está regado de personas de a pie cuyo sentimiento de cautividad nace desde lo más profundo de su ser, y constituyen un clamor ensordecedor de libertad.

Argentina, y todos los países del mundo, por más grandes y poderosos que sean, padecen el mismo problema, pues todos los habitantes de la tierra luchan contra la misma opresión. Los seres humanos, siempre van a luchar contra naturaleza, la misma que produce que no haga el bien que quiera, sino que hace el mal que no quiere.

En la medida que la humanidad practique la maldad, cosa que nadie puede escapar, seremos esclavos de ella, y en la medida que ella exista exigirá obediencia a sus súbditos. El interior del hombre es un campo de batalla, que tiende a esclavizarlo y a producir en él una inclinación contraria al más alto anhelo de su libertad. Es una contradicción que se produce en el interior del hombre y que tiende a alienarlo y a hundirlo en el error.

verdadera revolución

Por ello, es necesario hablar de verdadera revolución, una que sea capaz de ser producir genuina libertad de este poderoso opresor. Algo más poderoso y eficaz, que tenga la suficiente fuerza y eficacia de lograrla.

Si vamos a hablar de revoluciones, también es necesario hablar de revolucionario que sea capaz de llevar adelante una revolución definitiva, uno que pueda romper las cadenas del mas hondo bajo fondo donde nos encontramos la totalidad de los individuos.

Es Jesucristo, ese revolucionario tan esperado, enviado desde el cielo para proclamar libertad a los cautivos. El Hijo de Dios entró de lleno en la historia para dar solución a la esclavitud al pecado, prometiendo verdadera libertad, no sólo a través de palabras sino de acciones concretas y eficaces llevadas cabo en la tierra con una vida sin pecado, mediante su muerte en la cruz y a través de su resurrección. La revolución de Jesús consistió en dar a conocer la verdad que nos hace libres.

El Señor mismo vino para liberar al hombre y darle fuerzas, renovándole en su interior y expulsando fuera al príncipe de este mundo, que le sujetaba a la servidumbre del pecado. No prometió libertad política de una patria libre y soberana, como esperaba mucha gente de su época, sino que prometió libertad verdadera: “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”.

“Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”.

Al que permanece en sus palabras Jesús hace una promesa: el privilegio único de ser verdadero discípulo suyo, y, por consiguiente, dos grandes bienes, el conocimiento de la verdad -como su fruto más valioso- y una vida auténticamente libre.

Así, la magnífica revolución de Cristo es capaz de liberar al hombre de la más profunda esclavitud inherente a la existencia humana, la del error y del pecado, ofreciéndole un cambio radical y efectivo a su vida: LA VERDADERA LIBERTAD.

Acerca del Autor

Mauro Bareiro
Dr. Mauro Andrés Bareiro
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