En esta tercera Clase de la Epístola de Santiago se exhorta y advierte con amor a los hermanos sobre la necesidad de no ser engañados por el enemigo, ya que su estrategia es convencernos de que la búsqueda de nuestros propios intereses de alguna manera producirá vida y bondad. Si recordáramos que Satanás sólo viene para «hurtar, matar y destruir» (Juan 10:10), entonces resistiríamos las decepciones y tentaciones más fácilmente.

La bondad de Dios permanece, en contraste con las tentaciones a las cuales nos enfrentamos.

Las tentaciones que combatimos en este mundo son pasajeras y, como vimos en el anterior capítulo, la mejor forma de combatirlas es huir. Ahora bien, la bondad de Dios permanece, y para apropiarnos de ella cada vez más debemos recibir  con mansedumbre la palabra implantada de Dios. Esta palabra nos puede salvar, en nuestra situación actual y para la eternidad. La pureza de la Palabra de Dios nos guarda en medio de este mundo impuro.

Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores: debemos recibir la Palabra de Dios como hacedores, no solamente como oidores. El estar cómodo en el hecho de que has escuchado la Palabra de Dios mientras no la aplicas, es engañarte a ti mismo. En cambio si oímos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica somos BIENAVENTURADOS.

La Palabra de Dios  es un espejo para el alma. Una persona sana se mira en el espejo para hacer algo, no solo para admirar la imagen. Así mismo, un cristiano sano se mira en la Palabra de Dios para hacer algo al respecto, no solo para almacenar hechos que no utilizará; sino para ser un hacedor de la Palabra.

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Escuela Bíblica IBEW
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