Dios es Espíritu y es preciso que el servicio rendido a Él sea espiritual (Jn. 4:23, 24). Al apóstol Pablo puede considerársele como un excelente ejemplo de servidor espiritual. Él testificó:“Testigo me es Dios al cual sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, que sin cesar me acuerdo de vosotros en mis oraciones” (Rom. 1:9).

Su servicio para Dios emanaba de su espíritu, manifestándose en la administración del mensaje que tenía como su exclusivo tema la Persona de su Amado

Hijo. Tal servicio halla su expresión en “oraciones”, pues surgiendo del espíritu se expresa en ejercicios del alma a favor del objeto que domina su ser entero. Tal es el servicio espiritual, haciendo contraste con un servicio mecánico. El servicio del apóstol, de la manera testificada por él, tenía un carácter sacerdotal delante de Dios (Rom. 15:16).

Testifica además el apóstol: “…Dios, del cual soy y al cual sirvo…” (Hch. 27:23). Dios debe poseer totalmente al instrumento que estará en sus manos para sus usos, y a su vez, el siervo debe ser consciente de su responsabilidad hacia Él yla dignidad de su posición como quien sirve a Dios.

Otro honrado siervo de Dios había dicho siglos antes: “Vive Jehová Dios… delante del cual estoy” (1° R. 17:1). En un servicio de esa índole, el gran móvil que controla todo otro sentimiento es el reconocimiento de la absoluta autoridad de Dios y sus derechos de manejar a su siervo de acuerdo a su voluntad y su Palabra revelada. El lenguaje de los tales es: “…si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gál. 1:10).

Dios es santo y su servicio debe ser ejecutado en santidad. En su exhortación a Timoteo, dice el apóstol: “… si alguno se limpiare de estas cosas, será vaso para honra, santificado y útil para los usos del Señor…” y él mismo se pone de ejemplo cuando dice: “Doy gracias a Dios, al cual sirvo…con limpia conciencia” (2° Tim. 1:3 y 2:21). Dios no admitirá un servicio contaminado (Lev. 11:44).

Los sacerdotes, en su desempeño del servicio divino, debían observar con santo temor este detalle, pues era cosa gravísima “contaminar el nombre santo de su Dios” (Lev. 21:6). Moisés, antes de emprender su servicio para Dios tuvo una visión de su santidad, ante cuya gloriosa presencia debió quitarse los zapatos. Pero eso no fue todo, pues al acercarse a Egipto tuvo una terrible lección que le enseñó típicamente que la carne debía ser juzgada y que el servicio para Dios reclamaba santidad en la vida: “Le salió al encuentro Jehová y quiso matarlo” (Ex. 4:24 y 25). Él no había dado importancia a la circuncisión, lo cual era cosa muy seria para Dios. Otra vez escuchemos al apóstol: “…nosotros somos la circuncisión, los que servimos en espíritu a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne”

(Fil. 3:3). En otras palabras, la carne pecaminosa, fuente de contaminación ininterrumpida, debía ser excluida totalmente y juzgada por la cruz de Cristo. Semejante servicio es siempre consumado en la energía y el poder del Espíritu Santo, persiguiendo sin cesar su fin legítimo de ministrar la verdad que es en Cristo Jesús para “presentar a todo hombre perfecto en Cristo Jesús”; y en esa tarea tan sublime y grande, el siervo no es dejado a sus propias fuerzas: “en lo cual aún trabajo, combatiendo según la operación de Él, la cual obra en mí poderosamente” (Col.1:28 y 29).

Nuestro trabajo para Dios será siempre el resultado de su obra en nosotros y por nosotros. ¡Ayúdanos, Señor, a ser SIERVOS DE DIOS.

 “Agua Viva” Estudios, pensamientos, reflexiones: Jorge L. Mereshíán

Recopiladora Noemí Mereshián

Acerca del Autor

Olga de Pedernera
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