«Pero siendo combatidos por una furiosa tempestad, al siguiente día empezaron a alijar y al tercer día con nuestras propias manos arrojamos los aparejos de la nave. Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días. Acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos.» (Hechos 27: 1-44- LA BIBLIA)
Seguramente nunca hemos tenido una navegación como la que narra el párrafo bíblico en consideración, pero sí atravesamos o estamos atravesando en la experiencia cotidiana muchos días sin que aparezcan sol ni estrellas. El diario y profundo dolor de la incomprensión de las cosas espirituales por parte del cónyuge incrédulo, el pesar por la muerte del ser amado, la apabullante experiencia del retroceso en la fe de un ser querido, son muchos días sin que aparezcan sol o estrellas.
El persistente e inclaudicable avance de una enfermedad en apariencia irreversible; la tremenda presión a la que somos sometidos en el trabajo, muchas veces por el solo hecho de identificarnos como cristianos; la angustia por el desapego y rechazo de la Palabra de Dios de los incrédulos y aún lamentablemente por los que se dicen cristianos, son muchos días sin que aparezca sol ni estrellas.
El pasaje en consideración, nos arroja algunos nítidos rayos de luz para que lo pongamos en práctica cuando estemos atravesando por esos muchos días sin que aparezcan sol ni estrellas.
Cuando estamos experimentado esos muchos días sin que aparezcan sol ni estrellas, debemos tener la certeza y seguridad de que nuestro Dios, de quien somos y a quien servimos, está a nuestro lado (Hch. 27:23). En los días más oscuros de nuestras vidas, sin sol y sin estrellas, muchos podrán abandonarnos, pero tengamos la firme convicción y percepción que el Señor está a nuestro lado ( 2° Tim. 4:16-17).
Es la presencia que Dios prometió a Moisés para efectuar la tamaña empresa a la cual Él le llamó. “Y Él (Dios) dijo: Mi presencia irá contigo y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí” . Éxodo 33:14-15
Es la presencia que el salmista entendía al decir: “Aunque ande en valle de sombra y de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo. Tu vara y tu cayado me infundirán aliento“ (Salmo 23:4).
Es la presencia que fue asegurada a aquel joven general: “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé” (Josué 1:5).
Es la presencia que vivió nuestro señor Jesucristo, al estar en este mundo para cumplir la tremenda misión de la redención: “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo ; mas no estoy solo, porque el padre está conmigo» (Jn. 16:32).
Es la presencia que el mismo Señor Jesucristo nos prometiera a nosotros los suyos, poco antes de ascender a la gloria celestial: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mt. 28:20).
En otro aspecto, los muchos días sin que aparezca sol ni estrellas, son para comer (Hch. 27:33-36). Cuando estos días arrecian, es cuando más debemos alimentarnos de la Palabra de Dios, para fortalecernos en nuestro ser interior.
Quiera Dios, que cuando transitemos por los muchos días sin que aparezcan sol ni estrellas, podamos hacerlo viviendo la presencia de Dios y alimentándonos más abundantemente de Su Palabra.
Que así sea en ti y en mí. Amén.
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