Dentro de unos días vamos a celebrar la Pascua.
Detengámonos a pensar en esto. Cuando Juan el Bautista habló de Jesús ante el pueblo, él lo presentó diciendo: “He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Para los Judíos esto tenía un gran peso, porque ellos sabían lo que era el cordero de la Pascua. Esta frase los llevaba a la antigua historia de su cautividad en Egipto, y a recordar la Pascua, que era una figura de Dios limpiando al pueblo para que no cayera sobre él su justicia.
Así como Moisés dijo «tengan este memorial de la Pascua», y cumplían con el memorial para recordar aquello, Jesús parte el pan y dice «haced esto en memoria de mí», levanta un memorial para que nos acordemos de esto y para que le demos un sentido. El apóstol Pablo, en 1° Corintios 5:7, explica que hay que sacar la vieja levadura porque Cristo, que es nuestra Pascua, ya fue sacrificado por nosotros.
Creo que en este momento existen luchas y tensiones, porque nos hemos olvidado de que Jesucristo vino para liberarnos interiormente, y si la libertad que Jesucristo trae al hombre cuando lo libera de la carga del pecado y de la culpa y le da paz no está en nuestro corazón, entonces vamos a seguir teniendo un mundo convulsionado, lleno de guerras y problemas.
El asunto es que en esta Pascua hagamos universal la obra de Jesús. Recordemos lo que Cristo significa para nuestra vida y nuestra sociedad.
Alejémonos simplemente de la liturgia de la Pascua, para entrar en la esencia de la Pascua. Jesús ese día rompió la liturgia judía para hacerlos entrar en la verdad de que ahí empezaba una nueva esperanza para el hombre.
Estracto de “La Pascua judía cómo la celebró Jesús”
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