“Los ojos con los que vemos el mundo, transforman nuestra realidad”, sostienen los expertos de las ciencias sociales. Es un planteo contemporáneo que David confirma de antemano en la historia bíblica.
El encuentro de nuestro protagonista con Goliat es el escenario: La imponente estatura y la armadura de cincuenta kilos de bronce que recubre el cuerpo del gigante, provocan que su presencia intimide. Por cuarenta días, este enemigo declarado del ejército de Saúl, amenaza a los soldados.
Mientras los israelitas murmuran entre ellos y tiemblan de temor, el joven David se acerca a las filas de batalla. En aquel encuentro oye acerca de Goliat. El muchacho cuestiona a los que se encuentran cerca: “¿Quién es este filisteo incircunciso, para provocar al ejército del Dios vivo?” (1 Sam 17:26). Audaz, filoso y consistente. Los términos que el joven pastor emplea no son meras cualidades despectivas o calificativos inocentes. Para David, es claro que su oponente es un extranjero, que no cuenta con el respaldo Divino, y que atenta contra un pueblo resguardado y protegido. La osada descripción deshace lo imponente e inalcanzable que representa la imagen de Goliat.
David reduce a cenizas todo el empeño de este gigante de provocar pavor a Israel, y sus palabras logran generar impacto en la atmósfera pesimista que reinaba hasta entonces.
Aquel ambiente de ansiedad no es ajeno al presente. Los “enemigos” del día a día se filtran en pensamientos de temor, inundan de ansiedad nuestro corazón, influencian las decisiones que tomamos e influyen en nuestra manera de mirar la vida. La impotencia es el resultado de tejer pensamientos que magnifican y agravan los problemas. Nuestros problemas se convierten en gigantes, y nuestros gigantes en rivales indestructibles.
Las artimañas del enemigo por vernos caer siempre se gestan en la oscuridad, y son ajenas al Reino de los Cielos. Solo cuando le confiamos a la luz de la Verdad lo que preocupa a nuestro corazón y colocamos nuestra fe en el verdadero Vencedor, la batalla da un giro. Por ello, los que confían en el Señor se aferran a la luz y al poder que la Cruz representa. Reconocen que lo que se opone al Dios de los ejércitos no prevalecerá.
En el tiempo de tormenta, no somos llamados a desparramar palabras cargadas de positivismo, sino a mirar el panorama con los ojos de la fe. El gigante ha sido vencido, y no es más un enemigo superior a nuestras fuerzas (Jn 16:33). El Nombre que es sobre todo nombre, ya no permite que las tinieblas nos atemoricen.
Aquellos que ven los problemas desde la óptica del Padre, son capaces de hablar victoria sobre la aflicción. ¡Nuestro corazón puede alegrarse en esta verdad!