Existe quizás en muchos de nosotros, una tendencia a pensar en la gracia de Dios en conexión con nuestra salvación y a tener muy poca consideración sobre cuánto la necesitamos y cuánto debemos a ella en nuestra vida diaria y a cada paso que damos en el servicio del Señor. Se nos asegura que nos es dada gracia a cada uno “conforme a la medida del don de Cristo” (Ef. 4:7) ¡Cómo, pues, es quitada toda razón para la vanagloria! “¿Qué tienes pues que no recibiste? Y si lo recibiste ¿de qué te glorías como si no hubieras recibido?” (1° Cor. 4:7) ¡Palabras solemnes!
No tenemos nada en todo lo que nos distingue en su servicio, que no nos haya sido dado por Él como gracia suya. Pero al manifestar un espíritu altivo por lo que somos o podemos hacer, actuamos dando a entender que no lo hemos recibido, sino que es por virtud nuestra.
Es por eso que en Efesios 4 se nos habla de “humildad y mansedumbre” (v.2) y de un absoluto sometimiento a Cristo el Señor como Cabeza (vs.11 al 16). El significado mismo de la palabra gracia da a entender un completo vaciamiento de sí para dar lugar a lo que se nos da, de otra manera “la gracia ya no es gracia”.
¡Cuánto trabajo damos a Dios en aprender este detalle tan esencial! “A los humildes dará gracia” es una declaración que puede considerarse aquí (Pr. 3:34).
“Humillaos bajo la poderosa mano de Dios…” nos da la clave para la posesión de gracia más abundante (1° P. 5:6); “mas Él da mayor gracia”. Por esto dice: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Stg. 4:6). ¿Nos parece que nos está escaseando la gracia? Estamos entonces en un estado peligroso y es urgente que nos humillemos y si no, Él buscará la manera de humillarnos, en su misericordia, pues su propósito es que poseamos mayor gracia.
El apóstol tuvo que aprender en dura aflicción la suficiencia de la gracia de Cristo (2° Cor. 12:9). Aquél en cuyos labios “se derramó la gracia” habló a su siervo de “mi gracia”. Él había experimentado la presión satánica contra sí mismo en los días de su humillación, y ahora Él puede asegurar a su afligido siervo que su gracia le será suficiente.
El Siervo Sufriente de Jehová era manso y humilde de corazón y fue sostenido por Él ante toda coacción del enemigo, y llevó a cabo su obra. Si pisamos en las marcas que Él dejó en su andar humilde aquí, su gracia también será nuestra y nos bastará. ¡Qué precioso consuelo.
“Agua Viva” Estudios, pensamientos, reflexiones: Jorge L. MereshíánRecopiladora Noemí Mereshián
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