¿Cuántas veces en un día caluroso no hemos deseado beber un vaso de agua?
El salmista comienza este Salmo comparando su necesidad de Dios con un ciervo sediento que anhela beber de las corrientes de las aguas. Lejos del templo, desea encontrarse con Dios para así poder saciar su sed. Su mayor anhelo no es adquirir riquezas ni oro, sino poder entrar en el santuario de su Señor.
¡Cuán satisfechas quedan nuestras almas luego de estar en intimidad con el Señor!
Al estar alejado del templo, el salmista experimenta un profundo desaliento. Este desánimo se agrava cuando sus enemigos aparecen en la escena y le preguntan: “¿Dónde está tu Dios?” (v. 3) ¡Cuánto dolor nos genera sentir que Dios se alejó de nosotros! El sentimiento de abandono por parte de Dios era tan intenso que el salmista exclamó: “Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí?” (v. 9).
El pasado toca a la puerta y trae al salmista memorias de días felices, donde escuchaba voces de júbilo y alabanza del pueblo. ¡Cuánto anhelaba volver atrás el tiempo!
En momentos de dolor y desaliento nuestras almas se afligen. Por esta razón, el escritor del Salmo entabla un diálogo con su alma y se pregunta: “¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? “(vs 5ª). Decide hacer una pausa y reflexionar.
En nuestro diario vivir, también nos encontramos con situaciones similares, momentos donde nos desanimamos. ¿Y si tomamos el ejemplo del salmista? Reta a su alma a estar en reposo y creer que pronto volverá a alabarle: “Espera en Dios” (v. 5b). No solo tiene esperanza en el futuro prometedor que la fe ofrece, sino que decide alabar a Dios por lo que Él es: un Dios que no falla ni decepciona. Como dice Mathew Henry: “Una fe confiada en Dios es un soberano antídoto contra toda depresión de ánimo y desconfianza en la Providencia.”.
Los hijos de Dios, a pesar de la adversidad, podemos alabar y esperar con confianza porque nuestro Padre nos ofrece un futuro colmado de promesas, y así podemos exclamar con completa seguridad: “¡Aún puedo alabarle!”.
¡Oh alma mía! Espera. Él no dejó de ser Dios. Él no dejó de estar en control.