¿Quién podría creer que en medio de una pandemia, se podría viajar tanto por avión, barco, tren y en una casa rodante? ¡Claro que sí! Esto solo lo hizo Dios, en el mes de Octubre. Con valija y pasaje en mano, cada Viernes, aproximadamente 100 hermanas a lo largo y ancho de la Argentina, incluso de países limítrofes, propusieron emprender un viaje a lugares inhóspitos de la Presencia de Dios, a los corazones de distintas misioneras, que con gusto abrían la puerta de sus hogares y permitían que escuchemos lo que Dios hizo en ellas.

Fueron cinco viajes que transformaron la vida de las pasajeras que regresaban diciendo: No sabía que esto sentían los misioneros… ¿Cuánto no sé de la obra misionera? ¿Cuántas veces lastimé a un misionero? Y así, un sinfín de comentarios. Pero permítanme contarles en breve palabras cada parada.

La primer misionera que nos recibió fue Mariana Arjona en Santiago del Estero; luego  Daniela Cala Lara, misionera colombiana que nos contó de su servicio en el Barco Hope; continuamos con  Melina Callegari, misionera en Bolivia y Guatemala.

Hubo una parada especial para conocer a las hijas de misioneros, cada testimonio nos hizo ver realidades silenciadas (Heidi Vicente, Yamila Aguirre, Carminia Copa, Camila Retamoso, Priscila Callegari, Alejandra y Annette Ramírez).

Para concluir nuestro viaje paramos en los corazones de las  misioneras solteras (Mirta Ocampo, Elvira Corbalán y Mónica Pallpa).

Cuando finalizó el viaje, nos arrodillamos y hablamos con Dios, porque Él había marcado un antes y después en nuestras vidas, esos pensamientos de que «las misioneras no nos necesitaban, que eran ajenas a nuestras debilidades», quedaron atrás. Hoy sabemos que somos parte de la misión orando, ofrendando, pero también llamándoles, invitándoles un asado, un mate, cuidando a sus hijos, ayudándoles a crecer, sorprendiéndoles con una torta y un regalo en su cumpleaños, gestos sencillos que harán que demostremos un amor práctico y que trascenderán en lo eterno e impactarán en sus vidas.

Para concluir, podríamos comparar a la obra misionera con un rescate; el misionero salta en un pozo a rescatar a una persona, pero necesita de vos y yo para sostener la soga, y para que así no caiga el rescatista ni la persona herida.

¿Te pusiste a pensar cómo estás cumpliendo tu rol? ¿Qué vas a hacer, sostener la soga o soltarla?

Dios te bendiga.

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Gisela Alancay
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Jujuy- Argentina