Según Efesios 4:7-16, el crecimiento de la iglesia es posible por la gracia de Cristo, quien nos regala aquello que es producto de su triunfo en la cruz: una nueva vida en Él y preciosos dones para realizar las tareas que nos asigna en ella.
Después de habernos salvado, y mientras nos deja en este mundo, Dios espera que lleguemos a ser útiles teniendo una fe, una esperanza y un amor basados en el ejemplo de Cristo y ejercitando los dones que nos otorgó.
El desarrollo de estos dones tiene un propósito:
1) Que el cuerpo de Cristo, que es la iglesia, se edifique. Es decir, que cada uno ayude a crecer al otro con el don recibido de manera que crezcamos en el conocimiento de Dios.
2) Que el conocimiento de Dios llegue a madurar, de manera que haya unidad en la fe; que no tengamos pensamientos fluctuantes que nos hagan dudar y caer en el error. El conocer más a Dios, dará firmeza a nuestra fe aun en situaciones difíciles como las que relata Habacuc 3:17-19: «Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos… con todo yo me alegraré en Jehová y me gozaré en el Dios de mi salvación».
3) Que el crecimiento sea completo en Cristo. Entonces el ayudarnos mutuamente será ejerciendo la verdad en amor unidos a Cristo, quien es la cabeza de este cuerpo. El crecimiento producirá la estabilidad espiritual del creyente, seguro de sus convicciones y del porqué de las mismas.
Entendiendo y siendo conscientes de esto, nuestra misión es ser colaboradores de Dios con el poder que Él nos otorga, para ser de bendición unos a otros y así crecer en la fe y el conocimiento del Hijo de Dios.
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