Si una puerta se cierra, hay otra que se abre «…he aquí una puerta abierta en el cielo.» (Ap. 4:1)
Juan estaba en la isla de Patmos, situada en el mar Egeo, Asia Menor, en una prisión solitaria, rocosa, privado de toda atención y cariño aun siendo anciano y Apóstol de Jesucristo. En ese lugar, del todo inapropiado, estaba por causa de la Palabra de Dios y el Testimonio de Jesús. No puedo menos que emocionarme profundamente, las lágrimas resbalan por mis mejillas, lo que acabo de escribir me trae recuerdos de mi infancia…
Mi padre estaba en una cárcel por el delito de predicar el Evangelio de Dios. No se permitía el contacto físico, había rejas y un pasillo de por medio. Yo extendía mis manos y él las suyas pero no podíamos tocarnos… Así estaba Juan, el discípulo del amor, separado de todos los que él amaba, separado de la vida de la iglesia. Condenado a la compañía de hombres malos y perversos, entre los cuales de ninguna manera se podía sentir bien. En estas circunstancias tan tristes, tan agobiantes, tan difíciles, «he aquí una puerta abierta en el cielo» y las visiones del Apocalipsis, el broche de oro, el cierre del gran Libro de Dios, la Biblia.
Jacob había escapado de la casa paterna. Cansado del camino se tiró en el suelo con una piedra por almohada bajo su cabeza, y en sus sueños «he aquí una puerta abierta en el cielo» y vio una escalera que comunicaba el cielo con la tierra. Huía, se sentía solo, desamparado, pero Dios estaba con él. Del mismo modo, en circunstancias parecidas, muchos cristianos, hermanos en la fe que nosotros hemos conocido, han tenido la misma experiencia. Las promesas de Dios quitaron su angustia, calmaron el dolor que les oprimía el pecho, secaron los párpados de las lágrimas que fluían con profusión.
Sí hermanos, con toda seguridad podemos alentar a los prisioneros y cautivos, a los peregrinos y solitarios, a los enfermos y postrados en su dolor, a hombres y mujeres… En el momento más crucial, cuando al parecer las circunstancias que los rodean son del todo negativas y desesperanzadoras «he aquí una puerta abierta en el cielo». Es que Dios siempre interviene oportunamente manifestando su poder y su gracia para el desvalido y para el angustiado.
Querido hermano que estás desanimado, vive en la plenitud del Espíritu, en la pureza del corazón, en la obediencia de las Escrituras, que sea tu sentir el de Asaf: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre» (Sal. 73:25) Y no olvides nunca, porque Dios te ama y desea tener comunión contigo, que en el cielo siempre hay una puerta… ¡¡Una puerta abierta para ti!!
Amén.
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