«…y si Cristo no ha resucitado, entonces toda nuestra predicación es inútil, y la fe de ustedes también es inútil. Y nosotros, los apóstoles, estaríamos todos mintiendo acerca de Dios, porque hemos dicho que Dios levantó a Cristo de la tumba. Así que eso no puede ser cierto si no hay resurrección de los muertos; y si no hay resurrección de los muertos, entonces Cristo no ha resucitado; y si Cristo no ha resucitado, entonces la fe de ustedes es inútil, y todavía son culpables de sus pecados. En ese caso, ¡todos los que murieron creyendo en Cristo están perdidos! Y si nuestra esperanza en Cristo es solo para esta vida, somos los más dignos de lástima de todo el mundo. (1 Corintios 15:14-19, NTV)
¿Qué nos da la resurrección?
Supongo que los beneficios son varios, pero por ahora, déjeme mencionar solo dos:
Primero, La Resurrección de Jesucristo es nuestra promesa de que la vida que llevamos no es en vano. Tenemos importancia tanto temporal como eternamente. Nuestras vidas tienen un propósito más allá de los ochenta y tantos años que pasamos aquí en la tierra, porque el Dios viviente nos ha prometido que nuestras inversiones en la eternidad no volverán vacías.
Segundo, debido a que Jesús conquistó la muerte y debido a nuestra fe en Él, ahora esperamos la victoria sobre la tumba. El triunfo de Jesús sobre la muerte nos da la valentía para aguantar todas las tragedias temporales y la sabiduría para disfrutar de todo deleite terrenal. Su victoria sobre el mal final, la muerte, nos asegura que no hay nada demasiado muerto como para que Él lo reviva. Así que, sean cuales sean nuestras circunstancias, podemos estar seguros de que vendrán días mejores. Es más, ¡no tememos nuestra propia muerte!
La Sra. Méndez abrazó esta verdad el día en que mi madre volvió a casa con la jarra vacía y un corazón lleno. Pero las idas de la Sra. Méndez al cementerio no se acabaron. Ahora su motivo por ir cambió. En sus muchas visitas a la tumba, ella había notado que otros lloraban y hablaban con las frías lápidas, tratando en vano de conectarse con relaciones personales que en un tiempo disfrutaron. Ella entendía su desesperanza. . . pero ahora ella tenía una verdad que los otros desesperadamente necesitaban oír y creer.
Con su Nuevo Testamento en la mano, y unas pocas palabras bien escogidas, esta señora transformada consolaba a los deudos que lloraban, y les ofrecía la misma esperanza que le había dado a ella significado y vida eterna: ¡Jesucristo resucitó de los muertos! Aunque suene un poco extraño, ella se convirtió en la «evangelista del cementerio». En vez de desesperanza, ahora ella tenía esperanza. . . suficiente esperanza como para compartir con otros el resto de su vida.
Adaptado de Charles R. Swindoll, “The Cemetery Evangelist,” Insights (abril 2006): 1-2.
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